Esas pequeñas historias invisibles

No es que las cosas no pasan, es solo que nadie se digna a contarlas


Recuerdito de fin de año

En estos dias, se dicen muchas giladas, hipocrecías y demas cosas que podríamos obviar tranquilamente. Por eso, una vuelta a lo que son deseos profundos, por una Argentina y una Latinoamérica con Justicia Social. Salú

Sala de espera

Una sala de espera, es tal vez, uno de los lugares donde una menos quiere socializar. Suelen estar llenas de viejos hipocondríacos, que al más diminuto gesto de atención, son capaces de contarte desde el día que nació su nieto hasta cómo le sacaron un verruga de un testículo, pasando por cómo sufre de divertículos en el intestino.
Por eso, un libro nunca puede fallar y si es bueno mejor, para lograr el nivel de abstracción necesarias en esas horas (con suerte minutos) de insufrible puesta a prueba de la paciencia.
Así fue que entré a la sala, esperando que el oculista me atienda, metiéndome de lleno en las páginas de ‘La condición humana’ de André Malraux. Cuando estaba a punto de cumplirse una hora, entraron dos señores de alrededor de 65 o 70 años, enfrascados en una conversación qué, aparentemente, querían compartir con el resto de los ‘pacientes’.
- ... es que es lo más lindo que te puede pasar en la vida. ¿Qué más podés pedir? A nuestra edad...
- Si ya sé. Es la mujer más hermosa que conocí después de Elida y aunque no lo creas, creo que estoy perdidamente enamorado.
Con esas frases, creo que ya habían capturado los oídos discretos de todos los presentes, incluso los míos. Después de enumerar por lo menos 15 atributos de una maravillosa mujer, esperaba escuchar que era una pendeja, pero para tirar al tacho todos mis prejuicios, el enamorado agrega: “Mi hija dice que no le dé importancia a la edad, que a esta altura de la vida que sea mayor que yo no tiene ninguna relevancia”.
Con esas palabras, me di cuenta que no había jamás escuchado a nadie mayor de 50 años hablar de amor, de enamorarse y de pensar un proyecto de vida. Entonces me puse ansiosa, anhelando que la conversación se volcara hacia un costado más sexual porque la curiosidad me estaba matando. ¿Cómo se sentirá la calentura a los 70 o a los 80? ¿Existe tal cosa? Acostarse por primera vez con alguien a los 70, ¿Qué expectativas se tendrán? ¿Los orgasmos seguirán siendo los mismos?
De repente, bajaron el tono de voz y supe que se venía la parte más jugosa del coloquio.
- Y el otro día... ¿qué tal?
- (tímido) Nada... me dio miedo.
Ahí me llamaron a pasar al consultorio, y mientras me analizaban los ojos no podía dejar de imaginar como habría continuado esa charla. Salí con mi receta para lentes nuevos, la prescripción de unas gotas, y busque disimuladamente con la mirada a los señores, que habían vuelto a hablar a los gritos pero ya de un tema mucho menos interesante, como su operación de cataratas, a la cual se había sumado una señora recién llegada.
Me tomé el ascensor, salí a la calle y tomé el subte para ir a trabajar. Ahí abajo, un viejito se sentó al lado mío, y no podía dejar de preguntarme si a ese también le habría pasado lo mismo que aquel que había conocido hace un rato.
Desde ayer, los viejos adquirieron para mí, una nueva dimensión que antes desconocía.



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