Esas pequeñas historias invisibles

No es que las cosas no pasan, es solo que nadie se digna a contarlas


Contorsionismo emocional

Estoy leyendo un libro ('Corazones desatados' de Jorge Fernández Díaz) que habla de historias de gente común, de corazones rotos, encuentro, rupturas, engaños, idealizaciones, imposibles y otros infinitos etcéteras. Está bien escrito, entretiene y regala sonrisas que revelan una innegable identificación.
Logró que durante un rato mire a la gente de modo diferente. No sólo a los eventuales desconocidos que se cruzan por mi rutina, sino también a todas esas historias de la gente que quiero y me rodea.
Me imagino el viaje interminable de la colombiana en micro entre Buenos Aires y Bogotá, con butacas empapadas de lágrimas, escuchando alguna canción particularmente masoquista, que recordaba ese momento de encuentro perfecto. También pienso en esa chica que después de guardárselo por años, sentó a su mejor amigo en un bar y le confesó su secreto enamoramiento, dándole él como respuesta un seco y decepcionante ‘Gracias’.
Las interminables idas y venidas de mi amiga, con ese pibe que sabe no es para ella, al que no puede sacarle la etiqueta áspera del ‘hombre de su vida’ y por quien vive estrellando una y otra vez su frágil y vulnerable el corazón.
El viaje de retorno a Buenos Aires de la rubia, con la promesa de que ese particular dominicano iba a rehacer su vida en tierras porteñas, y que esas palabras hayan terminado en no haberlo visto nunca más.
El final de una fiesta de cumpleaños, donde ellos se quedaron solos y el silencio fue la excusa perfecta para darse unos increíbles besos, seguidos de sexo memorable, que según dicen, todavía perdura.
La desconfianza de otra de mis amigas hacia todos los hombres, a quienes veía como armas de potencial anti personal, hasta que uno la convenció a fuerza de caricias y de ternura, que no todos eran iguales.
La forma en la que a mi vieja se le ilumina la cara cuando habla de cómo conoció a mi viejo, y la expresión que toman esos ojos, cuando hoy, a 10 años de su separación, le menciono su nombre.
Nunca lo supe, pero me encantaría conocer la historia que unió a mis abuelos, donde se cumplió eso de “hasta que la muerte los separe”.
Muero de curiosidad por seguir descubriendo estas encantadoras historias, donde no me importa el desenlace, sino el nudo. Paradójicamente, ese mismo que se siente en la garganta o en el estómago, cuando uno es el protagonista.



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