Esas pequeñas historias invisibles

No es que las cosas no pasan, es solo que nadie se digna a contarlas


Sin miedo a lo conocido

El de la foto no es Marcos, pero bien podría serlo. Él vive en la cuadra de mi casa. Tiene un ojo más chico que otro y una franela que difícilmente se escape de su mano. Su perrito lo acompaña a donde vaya y lo obedece sólo cuando se le canta.
De su cuello cuelga un silbato al que hace sonar cuando pasa un auto, o para marcar que alguien no está cruzando bien la calle. Tiene alrededor de 40 años, pero pareciera que ya vivió más de un siglo.
Sus manos siempre están sucias, duras, ásperas y con los pliegues bien marcados, típicos de alguien que hace mucho vive y duerme en la calle.
El chaleco naranja delata su oficio de cuidacoches, tarea que no sabe hacer del todo bien, porque no acostumbra pedir moneda alguna después de frenar los autos de la calle para que el conductor de vaya. Con la franela y el pito, como si fuera un señalero de Ezeiza, arma un escenario de película cada vez que alguien quiere ocupar o abandonar un espacio.
Algunas noches, preocupado y medio borracho, a los gritos lamenta no poder dormir porque los dueños no fueron a buscar los autos que dejaron a su cuidado, mostrando un sentido de responsabilidad, que no puede darse el lujo de demostrarse hacia sí mimo.
Cuando está contento, se pone un uniforme de guarda de tren de TBA, medio antiguo, que le regalaron los muchachos de la estación (con gorra y todo) y canta canciones de amor viejas. Se las canta a la almacenera, a la señora del kiosco, al dueño de la panadería o a cualquier chica que pase. Si ella le devuelve la mirada, hace una gentil reverencia y regala la sonrisa más tierna y triste que vi en mi vida.
El día que lo conocí, estaba completamente borracho acostado sobre la entrada al edificio. Mi primera reacción fue cierto temor a cuál podía ser su reacción. Ante lo desconocido, solemos tener un poco de miedo, y esa noche no fue la excepción. Con mucho cuidado de no despertarlo, pasé por sobre sus piernas para abrir la puerta. Cuando estaba cerrando la puerta se despertó y me dijo: “Ese fue sólo un paso para una mujer, pero un salto gigante para mi humanidad” y como se dio cuenta que le había prestado atención agregó, dándose vuelta para seguir con su incómoda siesta sobre el mármol: “Gracias por no escupirme, amiga”.
Desde entonces, así me llama y de vez en cuando, me relata con cariño aquella noche calurosa en que intenté, según él, no molestarlo.

4 Respuestas a “Sin miedo a lo conocido”

  1. # Blogger Amperio

    Salude al Marcos de mi parte, compañera Lu. Y aproveche su sabiduría de calle que enseña más que cualquier universidad.
    Sepa, también, que es un placer leerla y que, si Ud. no se opone, me va a tener seguido acodado en su mostrador.

    UAP, Compañera Lu.  

  2. # Blogger Lu

    Estimado Amperio: Como se escucha por ahí, no hay nada mejor que un peronista para otro peronista. El mostrador siempre está abierto para los cumpas.  

  3. # Blogger La vieja que no devuelve la pelota.

    EN EL MARCOs DE UNA SOCIEDAD QUE DISCRIMINA, ES BUENO QUE USTED LE HAYA ABIERTO UNA PUERTA.

    saLUdos.  

  4. # Blogger Zapata

    Quien no conoce a un "Marcos"? Particularmente, en mi barrio de la infancia habia un linyera que se peinaba a la gomina y se bañaba en su casa, solo que vivia, dormia y comia en la calle

    Leyenda urbana: era un medico que vio morir a su unica hija y su mujer atropelladas por un coche

    Saludos

    Mariano  

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