Esas pequeñas historias invisibles

No es que las cosas no pasan, es solo que nadie se digna a contarlas


Seriedad bajo techo amarillo

El día había sido agotador. Había empezado cerca de las 9 de la mañana, con llamados, pedidos, datos de todos los colores y ni un solo huequito para distraer la mente.
Las horas pasaron lentas. La televisión de fondo empezó con Mañanas Informales, siguió con el Noticiero del 13, un rato de Cuestión de peso, el infaltable Intrusos de Rial con sus odiosas peleas con Nazarena Velez, la tortura de la momia de pelo rojo Viviana Canosa, un poco de Telenueve, RSM, Montecristo alternado con Tinelli, CQC y perdí la cuenta.
Cuando todo parecía que estaba llegando a su fin, cerca de la una la mañana pido un taxi. Un chico de nombre Mariano, me atiende con voz de fastidio, muy parecido al que debía tener yo por esas horas. De muy buen modo, y pidiéndome toda clase de disculpas, me explica que por un problema técnico, no iba a poder mandar ningún auto.
Súbitamente me agarró un ataque de risa, aunque en realidad tenía ganas de llorar. El motivo, es que ese taxi tiene cuenta corriente con mi trabajo y yo no tenía plata para pagar uno por mi cuenta.
Mis compañeros empezaron a mirarme con miedo, al notar el volumen de mi carcajada, mientras les comentaba este proyecto de tragedia. Al rato, sin darme por vencida tomé coraje y volví a insistir en el asunto transporte para volver a casa.
Mariano, dice para mi satisfacción, que ya se había solucionado el problema y pido taxi para los 5 gatos locos que quedábamos en pleno microcentro a esas horas de la madrugada.
El mío llegó primero. Y lo que sucedió a continuación me alegró la noche.
Íbamos por Avenida de Mayo al 1300 cuando por la radio se escucha “Favor móviles reportarse a Chacabuco doble charlie fox trot. 545, 555, 672, 164 estimar tiempo”.
El chofer del taxi en el que estaba me explica que a Mariano lo habían largado solo en su primera noche como operador de radio, con la central telefónica rota y una radio con problemas técnicos.
“Caballero, el 526 había aceptado el viaje y está en inmediaciones. Para qué carajo llama a 672”, se oyó salir del aparatito, con una voz que era tan delicada como la de Cacho Castaña.
Notaba que el viaje se iba a poner interesante, así que me apresté a sacar mi libretita y tomar nota del diálogo, que pintaba desopilante.
“Caballero, el 526 no confirmó doble charlie fox trot chacabuco.”, dice Mariano bastante seguro.
“Cómo que no, caballero. Me pasó el viaje al biper. Fíjese lo que hace”, afirma Cacho Castaña.
Mi chofer, con alma de defensor de pobres y ausentes dice: “526, sepa comprender al muchacho. Lo dejaron en pelotas y a los gritos. Además, el mal compañero es el 164. Caballero, dele negativo al 164. Lo que hizo no se hace”.
Una voz finita irrumpe en el taxi: “Caballero, Señor o como poronga te guste... A mi me diste el viaje y 545 no se meta”.
Mi chofer se envalentona: “164, tan desubicado como siempre. Los muchachos saben que es un sorete. Siempre se caga en todos. Caballero, haga caso. Dele negativo”.
Cacho Castaña toma el guante. “Caballero, 526 con pasajera a bordo de chacabuco doble charlie fox trot a Belgrano. 164 le voy a bajar los dientes”.
“Buen viaje para ud y su pasajera. Reporte su finalización. Serenemonó por favor. La noche es larga y recién empieza”, dice Mariano intentando frenar la furia de los tacheros desatada por el móvil 164.
La pelea continuó con insultos, improperios y toda clase de agravios y amenazas. En el asiento trasero de 545 me moría de risa y el chofer me daba de vez en cuando miradas poco amables.
Llegamos a casa, y la batalla continuaba. Se habían citado en la esquina del Castro Barros y Venezuela, donde alguien seguro se comía una piña. No quería bajarme del auto, pero cuando me estoy bajando, el taxista me dice: “Por esto va a pensar que los tacheros somos poco serios”. Cierro la puerta en silencio, y veo como se terminó el viaje en taxi más delirante que tuve en mi vida.

BIenvenido

Hace 1822 días que no te veo. Me pregunto cuánto habrás cambiado, si seguirás siendo igual de langa, de divertido, de delirante y de mentiroso. Si tus ojos seguirán diciéndome todo cuando los mire, y si tus rulos se empezaron a vestir de canas.
No veo la hora de darte un abrazo, como ese que te di el día que te fuiste, sobre la calle Hipólito Irigoyen en frente de la pensión de Once.
Cuántas cosas tendrás para contarme y cuántas para escuchar. Desde que me enteré que llegabas, hace a penas dos días, por mi cabeza deambularon imágenes de todo tipo. El día que me regalaste la calculadora de Snoopy; cuando me hiciste la escena de celos con mi primer noviecito del jardín, y los viajes al Tigre en el Dodge 1500 celeste del viejo, intentando hacer que pronuncie bien la palabra murciélago, que me empeñaba en decir murciégalo. También cómo te divertías haciéndome comer los pulgares cuando jugábamos a quién tenía más fuerza. O cuando me apoyabas la mano en la cabeza para evitar que me acercara a vos a pegarte, que de seguro no iba a hacerte más que una diminuta cosquilla.
Los cuentos de los cocodrilos que te comían los pies en el agua turbia del río Paraná de las Palmas cerca del hotel Laura, y las corridas por el jardín de la casita de Jorge, intentando meterme ranas en el pantalón.
Me vinieron a la mente, el palo que te diste con esa moto que querías tanto y la vez que me acompañaste a mi primer recital en River, a ver a Paul Mc Cartney, para el que te pagué la entrada y a penas entramos me dejaste sola en medio del campo para que aprendiera a manejarme entre la gente, según tus propias palabras. Las puteadas de mamá a la vuelta, cuando llegué sola, con mis 12 añitos, me las acuerdo patente, tanto como tu cara de fastidio al escuchar el sermón a la noche siguiente.
Cuando te mudaste solo y me invitaste a ver las películas a tu casa, y cayó una de tus novias y no sabías qué hacer conmigo.
Cuando me viniste a buscar al colegio con Pablo, para contarme que se iban a un crucero en Miami, que se habían ganado no se en dónde con la promesa de que en la próxima me llevaban a mi (todavía estoy esperando).
O cuando te fuiste a Nueva York de vacaciones y volviste un año después con el corazón roto, buscando consuelo.
Mañana viernes es el gran día, y la ansiedad me carcome. Sabés que tenés un sobrino en la Patagonia, con un padre ansioso de que conozcas a su hijito y otra hermana que se muere de verte, a la que sabe no le van a alcanzar tus días de visita para sentirte cerca de nuevo.
Tus días de ilegalidad terminaron, y gracias a eso ahora puedo disfrutarte de nuevo. Así y todo, lo que más tengo ganas de oírte decir es que no vas a irte de nuevo, y que mi hermano mayor volvió para quedarse. Te extrañé Jose.

Palabras

Hace unas noches me dijo: "¿Nunca te sentiste como un pasajero adentro tuyo?" y supe que vamos a ser muy buenos amigos.

Huella mnémica

La noche no presagiaba lluvia, y no llovió. Tampoco predecía emociones fuertes y sin embargo se equivocó.
Un viento moderado y fresco inundaba las calles del Abasto, y un departamento cercano era el lugar de reunión. La medianoche encontraba las veredas pobladas de ansiosos fumadores, que no podían saciar su vicio en lugares cerrados.
Las cervezas de bienvenida en la guarida designada, acompañaron charlas que pasaron de críticas de cine y experiencias en recitales a discusiones bizantinas, sobre el origen de alguna frase como “tirar manteca al techo” o locas teorías sobre el cruce o no de dos rectas paralelas en un plano y sus potencialmente terribles consecuencias.
De repente el timbre contuvo las risas y el suspenso de ver quién venía fue suficiente para captar mi atención. La puerta se abrió, y una sonrisa dulce fue lo primero que logré ver. Después unos ojos oscuros, pelo renegrido y gesto varonil, haciendo juego con una mirada tierna y un poco tímida.
Sin darme cuenta las palabras que querían salir de mi boca, se silenciaban en la punta de mi lengua y otras aparecían por arte de magia, sin sentir que tuvieran algún sentido comprensible.
Mis ojos no podían dejar de mirarlo, aunque esquivaban los suyos cuando me apuntaban. Conversamos sobre sus viajes, su ciudad natal, sus sueños y los míos. Me imaginaba de qué sabor serían sus labios, qué perfume tendría la piel de su cara, cuán suaves podrían ser sus manos y cómo me sentiría si me acariciaran.
Pero algo me decía que él no imaginaba lo mismo. Salimos y caminamos a la parada del colectivo. Yo más que el 26, esperaba el milagro y como no podía ser de otra manera, ese transporte público que suele tardar una eternidad en llegar, apareció de la nada cuando todavía no había transcurrido ni un minuto.
Mientras subía los escalones, y antes de poner las monedas en la máquina, sentía en mi estómago unas incontrolables ganas de hacerle un berrinche a la vida, que se encapricha en no hacerme ni un mínimo guiño.
Mientras viajaba, pensaba en algo que me había contado un buen amigo sobre la mirada de una mujer que le partió la cabeza, que la creía invisible hasta que ella le dio ESA mirada, y me preguntaba cómo se lograría esa hazaña.
Bajé y caminé dos cuadras escuchando a los molestos pajaritos que cantan cuando todavía es de noche, mientras repasaba cada emoción de las últimas horas e imaginaba cuán diferente podría haber sido todo.



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